Querido abuelo:
Hoy volví a usar mis uñas. Sé que te había
prometido controlarme. Lo sé, lo sé, lo sé. Pero lo tendrías que haber visto abuelo,
si vos hubieses estado, seguro que hubieses entendido. Vino de nuevo, vestido
de negro, arrastrando unos harapos que se sacudían como la sombra de las
cortinas en las tardes de tormenta. Y yo tenía tanto miedo, tanto miedo que
quería despertarme y salir de la cueva, y tomar agua para tranquilizarme como
vos me enseñaste. Y contar uno, dos, tres, cuatro, cinco hasta diez. Sé que te
lo prometí abuelo. Pero me desperté, al fin, y tenía las uñas clavadas en la
pared, arañando. Y mamá vino corriendo de nuevo, que había estado gritando en
los sueños. Y me dieron uno de esos baños, pero yo no quería, no quería
bañarme, no quería que mamá me toque porque mamá es mala porque ahora que no
estás no sé cómo voy a hacer abuelo. Quería que sepas que intenté controlarme.
Que sé que no tengo que usar las uñas para defenderme. Después mamá se enojó y
se fue con las muñecas con sangre y vino papá y me sacó de la bañadera, y me
envolvió en una toalla, y le dije que te extrañaba que quería que vuelvas y
lloraba. Papá me preparó un té y me dijo que solo era una pesadilla, que tenía
que tranquilizarme como me dice la médica, y respirar pero no podía. ¿Cómo hago
abuelo? ¿Cómo hago? Me gustaría que vuelvas, prometo que nunca más voy a
usarlas. De verdad, esta vez de verdad. Me las volví a cortar y a limar para
que veas que de vedad no lo voy a volver a hacer. Espero que no te enojes. ¿Vas
a perdonarme? Papá dice sí que me perdonás, pero que no vas a volver, que estás
en cielo. Pero yo no quiero. Todavía cuando voy a tu casa quiero entrar y que
estés ahí. El galgo está enfermo. Creo que él también te extraña.
Te quiero,
Paloma
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