sábado, 9 de abril de 2011

Pirómana

Inauguré una pequeña fiesta íntima
hoy por la tarde.
Mientras esperaba que el ritual se imponga
sobre la mesa patas arriba
bajé las persianas y golpeteé
con ritmo canino los tambores.
En mi fiesta no había globos ni maracas ni matracas.
Había, en cambio, un fanal color naranja incandescente
y una discreta vela incorporada.
No había un centro de la fiesta
ni un afuera. Es más, hasta podría decir que nunca existió tal fiesta.

Inauguré un incipiente crematorio de ideas,
hoy por la tarde.
Les puse una moneda sobre los ojos,
tal como a vos te hubiese gustado.
Se te veía bien en el fuego
caliente. Podía sentir tu olor
de carne al rojo vivo y pelo rostizado,
la digestión del semen acuoso entre las llamitas azuladas.
Tiré otro par de recuerdos con más monedas,
monedas de cobre y de plata.
Quería decir algo, el momento parecía exigir que diga algo,
pero nada salió de mi boca retorcida, de mi lengua media anestisiada y retardada. Esperé. Creí que valía la pena esperar
¿qué otra cosa podía hacer?
Era temprano, siempre es temprano para acabar
con lo que se quiere.
Miré hacia un lado y hacia otro,
como si tuviera a alguien a quien engañar
son hábitos que conservo hasta estando sola.
Disimulo para unos cuantos ojos
que tengo en mi nuca.
Tiré esos ojos también.
Les puse un par de monedas y antes de soplar,
me froté las manos un rato
mientras me acordaba de mis deseos,
los tiré encima -sin monedas
para no causar ambivalencia entre los rituales-.

Sentí mucha pena cuando me levanté
para abrir la ventana. La vela se apagó sola.
Yo me quedé de negro,
pensando en si todo eso sería real
en su eficacia.
Después sentí miedo.