jueves, 17 de abril de 2014

El hombre que quería ser feliz

Uno debe meterse en una relación si quiere ser más o menos feliz. Moderadamente feliz. Templadamente feliz. Estuve dándole vueltas al asunto toda esta cálida tarde de domingo y encontré que: (1) vivir solo los 365 días del año hace el espíritu poco tolerante; (2) uno puede volverse tacaño con mayor facilidad; (3) contraer hábitos mezquinos y; (4) terminar siendo un maniático poco soportable –para los demás-, o un obsesivo-compulsivo con dudoso pronóstico social y personal. En consecuencia, el soltero tiene altas probabilidades de volverse un excluido. Esto lo he visto patente en varios jefes, en varios hermanos de amigos más grandes y en algunos parientes lejanos.
Además, (5) el soltero generalmente es apartado del grupo de amigos en pareja. No es que lo hagan a propósito. Sucede así, como el fruto cae del árbol, el soltero le esquiva al plan almuerzo en el parque o paseos por el zoológico o conociendo Mundo marino o Temaiken o cualquiera de esas aventuras faunísticas a las que son tan proclives las familias modernas. Ya ven, la atracción del programa depende de la comunalidad y del grupo. Probablemente si tengas hijos el programa te resulte una bomba. Cualquier persona comparte más cosas con gente en su misma situación. Eso es una verdad de Perogrullo. Es natural, que en esas circunstancias, la manada se adapte al medio y evolucione, que críen sus crías en conjunto y se protejan mutuamente. Y no es que yo sea un biologicista extremo. No es que apele a la selección natural, solo apelo a lo que mis ojos ven. Y lo que ven es que el compañero soltero, haciendo uso de un lenguaje más popular, el compañero soltero, no es que ya no comparte nada con su amigo en pareja ni con la familia de su amigo en pareja, sino que su amigo comparte más con otros. De hecho, es el soltero quien comparte menos, mucho menos con otros. Esto lo sé por propia experiencia.