domingo, 27 de noviembre de 2011

Cardumen


Este es el peso del hombre:
un cardumen doméstico
puntos rojos y blancos
una guerra sin penicilina
un alfabeto que termina en humo.

Hay algunos hombres buenos
un beat en cada pata
un escarabajo dorado
prendido en el pecho

despega al costado del verano
de las chicharras
habla de paz y amor
en un idioma raro
como ecos de una década indigesta
perdida entre intestinos kilométricos.

Ahora los paladares están oxidados
de cinismo y de humo y de drogas de diseño
cibernético, pop, alternativo, electro…

Un cardumen domesticado
que no muerde pero tampoco ladra.

A veces un escarabajo despega entre el cardumen
a veces el cardumen aplaude y revoluciona
la playita, la arena del tiempo
corre hacia atrás
hacia delante
disparatada

Ese escarabajo vuelve su espalda al océano
se olvida que fue pez o canto de chicharra o arena
tiembla en el aire
y estira las redes del cardumen al infinito.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Un rábano en el mundo flotante

Flota el tiempo en las aguas de marzo
una raíz, un alga, una isla, nube pasajera.

El rojo despierta ahí
en el centro amarillo:
una nuez de Adán,
una boquita pintada,
un amor o rabano
que nunca a nadie importa
es protagonista
raíz de sangre roja, fotosintética,
abre paso: cuenta su historia.

martes, 16 de agosto de 2011

domingo, 14 de agosto de 2011

El pájaro en la camiseta



1.
Parpadeo. Una, dos y hasta tres veces. En el pasto, las hormigas molestan el calor de la piel al sol en este invierno. Un viento sureño sacude las ramas, caen hojas de los robles amarillos.


2.
Llevo mi amuleto de cantos de cisnes sobre el pecho. Un pájaro gris se sacude dentro de mi remera de algodón blanco. Deja caer unas gotas de tinta china sobre los pezones agrietados, sacude las plumas, se mueve lento, sin prisa e inclina su pico sobre mi ombligo.


3.
Escarba mis memorias, mis gusanos y mis mariposas, mientras abre su pico y articula una canción desafortunada. No hay revolución en estos pagos, hay piel y plumas erizadas, hay un no sé qué que me nosequea: cinco siglos igual.


4.
Entretanto yo corro y me veo corriendo. Desparramo energía cinética en el ripio ondulado. Cruzo camiones repletos de cereales, cruzo jinetes y caballos y autos de turismo. Participo en maratones diarias en las que no hay ningún premio, ni fin ni principio.


5.
Siento mi pulso acelerado y la fuerza de los músculos al desplazarse de aquí a allá de allá a aquí sin más propósito que el mantenerme pronta, alerta, lista para el salto. El salto silencioso hacia el vacío que nunca llega.


6.
El pájaro dentro de mi camiseta hace equilibrio en el pecho abierto, mientras el algodón transpira una libertad tan inútil como inmaculada.


7.
Parpadeo. Una, dos y tres veces. Cierro los ojos. Un payaso triste ríe en el fondo de la pupila dilatada Alguien dijo que el placer se paga con sangre. El payaso sigue riendo, esquizofrénicamente.


8.
Veo ese payaso en casi todos los ojos que conozco. A veces pierde la peluca, y otras lo encuentro más parecido a un mimo o a un contorsionista, pero todos los ojos tienen algo de espectáculo circense. Será por eso que la gente suele decir que los payasos tienen algo de tenebroso. De siniestro cinismo ocultándose en la sombra de las pestañas.


9.
No me oculto de mi sombra. Me zambulló, enhebro el hilo en la aguja, y voy puntada a puntada cociendo mis demonios. Por momentos, pruebo su elasticidad, su sostén puntiagudo sobre mi espalda. Mis pequeñas bestias negras me hamacan al más allá al más acá.

10.
Más allá del más acá, me aferro a la tierra húmeda. Penetro en el silencio que deja al pasar la muñequita vestida de azul, arranco pastos y yuyos invisibles desde su raíz. Escucho rumores, susurros de voces ancestrales. Invento una energía que no estoy nunca segura de que exista. Invento cuerpos a los que adorar en la noche y en el día.


11.
Dejo que los cisnes recorran el perímetro exacto de mi amargura. Un concierto de cuerdas tensas, de alas abiertas, anuncian su despegue y su caída, su destrucción y su creación.


12.
Furioso antifaz, sobre el rostro desplumado, cae en mil pedazos el espejo mágico de cualquier infancia.


13.
Sigo en el pasto, de cara al sol. Ojos cerrados. El pecho se levanta y se oculta. Respiración lenta. Un pájaro dentro de la camiseta recuerda cantos ajenos. Hace equilibrio entre ángeles y demonios de alas abiertas.


14.
A lo lejos el litoral también habla y atropella en el canto de los teros. Me devuelve a mi lugar acuchillado por lomadas verdes y marrones. A lo lejos, se escucha el temor de los teros, la defensa de sus nidos.


15.
Yo me distiendo y me contraigo sin ningún nido cerca. Me gustaría tener algún nido, algo que defender, algo por lo que cantar, gritar y chillar de cuando en cuando.


16.
Cierro los ojos y los payasos, los teros, los cisnes y todos los pájaros desaparecen. Sólo queda el dibujo de una jaula vacía en una cara del redondel de papel. En la otra, el papel está blanquísimo, hasta casi transparente. No hay otro pájaro, como en la película de Sleepy Hollow. No hay ilusión óptica.


17.
Cierro los ojos. Floto en el tiempo. Dirijo una orquesta y levanto mis brazos como si estuviera a punto de despegar los pies de la tierra. Floto fuera de aquí y de allá. Tal pareciera ser la meta.

lunes, 13 de junio de 2011

Matriz

1.

Las niñas infértiles
bailan
en el fuego.

2.

Los pies caen
suaves
sobre las brasas:
latidos vírgenes dando vueltas
de carnero
sobre la tierra.

3.

Cruzan el aire
de la esquina
de la calle como si supieran
cruzar un río de espantapájaros
sin siquiera abismarse.

4.

Llevan alas
de púrpura purpurina
acariciando
los sueños vencidos
de cada madre.

5.

Tartamudean un yo incipiente
que tropieza como eco
esquivo
ante el infinito
vuelo encaramado
de las mariposas.

6.

Flotan entre los relojes
apagados con luces en las zapatillas
y cordones desatados.

7.

Alguien les enseña a caminar
y quieren ya correr.

8.

Desde algún ángulo obtuso
mi vientre
eclipsado
las mira.

jueves, 2 de junio de 2011

Elephant

Tengo mi torre
conquistada desde hace mucho
y, todavía me duele el marfil
de tus colmillos
en las manos del teclado.

sábado, 9 de abril de 2011

Pirómana

Inauguré una pequeña fiesta íntima
hoy por la tarde.
Mientras esperaba que el ritual se imponga
sobre la mesa patas arriba
bajé las persianas y golpeteé
con ritmo canino los tambores.
En mi fiesta no había globos ni maracas ni matracas.
Había, en cambio, un fanal color naranja incandescente
y una discreta vela incorporada.
No había un centro de la fiesta
ni un afuera. Es más, hasta podría decir que nunca existió tal fiesta.

Inauguré un incipiente crematorio de ideas,
hoy por la tarde.
Les puse una moneda sobre los ojos,
tal como a vos te hubiese gustado.
Se te veía bien en el fuego
caliente. Podía sentir tu olor
de carne al rojo vivo y pelo rostizado,
la digestión del semen acuoso entre las llamitas azuladas.
Tiré otro par de recuerdos con más monedas,
monedas de cobre y de plata.
Quería decir algo, el momento parecía exigir que diga algo,
pero nada salió de mi boca retorcida, de mi lengua media anestisiada y retardada. Esperé. Creí que valía la pena esperar
¿qué otra cosa podía hacer?
Era temprano, siempre es temprano para acabar
con lo que se quiere.
Miré hacia un lado y hacia otro,
como si tuviera a alguien a quien engañar
son hábitos que conservo hasta estando sola.
Disimulo para unos cuantos ojos
que tengo en mi nuca.
Tiré esos ojos también.
Les puse un par de monedas y antes de soplar,
me froté las manos un rato
mientras me acordaba de mis deseos,
los tiré encima -sin monedas
para no causar ambivalencia entre los rituales-.

Sentí mucha pena cuando me levanté
para abrir la ventana. La vela se apagó sola.
Yo me quedé de negro,
pensando en si todo eso sería real
en su eficacia.
Después sentí miedo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El mundo abajo

Nunca te conté lo mucho que me gustan las tormentas. No te conté muchas cosas pero esa, creo, es algo memorable. El gusto por las tormentas. Capaz que si te lo hubiese contado ahora te estarías acordando de mi primera persona del singular. Capaz. Al menos, podría pensar que capaz, con la excusa de la tormenta interviniendo a mi favor, te estarías acordando. Yo me acuerdo de vos, sin necesitar la mediación de ninguna excusa. Así de simple. No es que sea una elección libre. No lo es. El filtro mental está agujerado, eso sí es. Todo se ha vuelto muy explícito en mi cabeza y ninguna idea se ruboriza al colarse sin golpear la puerta. Simbólica puerta, claro está.

martes, 8 de marzo de 2011

domingo, 27 de febrero de 2011

sábado, 26 de febrero de 2011

Güerita


1.
Aterricé un jueves a la madrugada en Buenos Aires. Después de andar viajando más de un mes con la mochila a cuestas, adentro mío, sabía que poco me esperaba. Algunas amigas, una familia, un trabajo y un par de entretenimientos informales. Recordé las palabras que varios de mis viajeros conocidos, incluyéndome a mí misma, habían leído en el transcurso de esos días: Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón, decía don Juan en el libro de Castaneda.
2.
Abrí el libro en mis últimos días en Buenos Aires. Lo cerré, ya a mitad del viaje, en la playa de Mazunte, sobre el Pacífico. Esa noche, había fiesta en el pueblo. Como en todos los pueblos de México hay fiestas por cualquier motivo en cualquier momento. Esa noche, estaba sola en una fiesta ajena a la que sí había sido invitada.
3.
Me acordé de la primera parte de un poema de Juarroz: A veces parece que estamos en el centro de la fiesta. Sin embargo en el centro de la fiesta no hay nadie. En el centro de la fiesta está el vacío. No me acordé de la parte que seguía y que era también la última parte: Pero en el centro del vacío hay otra fiesta.
4.
Ese día y esa noche estuve sola. Kilómetros y más kilómetros me separaban de lo más o menos conocido o, más o menos cotidiano. Y aún así, la memoria venía conmigo, mi querido caracol enroscado. Atento, con antenas despiertas, para señalarme ese cálculo de distancia, para reconocer el acento argentino en la primera palabra que escuchara, para recordarme (sólo de vez en cuando) que yo era un gusano con vivienda rodante inalámbrica.
5.
En Mazunte, a diferencia de todos los pueblos y ciudades en los que había estado, no me relacioné con nadie. Quiero decir, no me entretuve con nadie, no conocí a nadie, apenas sí intercambie un par de palabras con el dueño de un bar que simpáticamente me obsequió con un café mientras dibujaba y otro par de ingleses que me rescataron de la Punta cometa donde infructuosamente buscaba un hostel en plena madrugada.
6.
Así que esa noche había una fiesta y para mí en el centro de la fiesta sólo había lugar para un vacío y no para otra fiesta. Fue un vacío tranquilo, de olas bajas, de mar estrellado y arena entre los pies. De escribir y espantar picaduras de mosquitos, alternativamente y por partes iguales. De terminar el libro de Castaneda y empezar a leer a Don Octavio y su laberinto de la soledad.
7.
Antes de Mazunte, hubo otras playas y otros lugares. Uno más lindo que el otro. Alguien me dijo que la naturaleza humana en Méjico era hostil, puede que sea así, pero no fue así mi experiencia. La naturaleza humana de Méjico cambia en cada región, no es lo mismo Oaxaca que Yucatán que Veracruz que el Distrito o que Guanajuato ni menos que menos que Chiapas.
8.
Recorrí mucho. Había días donde ante la simple pregunta de "-¿de dónde venís?" empezaba a tartamudear, media mareada, intentando ubicarme en el mapa. Recorrí con amigos viejos y con amigos nuevos. Acompañada casi siempre.
9.
Viajar sola fue toda una experiencia, porque en verdad salvo en Mazunte, no estuve en otro momento sola. Y la naturaleza humana sí que me sorprendió. Amable, abierta, confiada, dispuesta, macanuda. El 99% de las personas que conocí así se comportaron. Y eso fue algo maravilloso. Además de la grandeza de las ruinas de Teotihuacán, las iglesias de Puebla, los locales abarrotados de plata en Taxco, las playas de Tulúm, los corales de Cozumel, el turismo de Chichen Itzá, las callecitas cosmopolitas de San Cristobal de las Casas, los petardos de San Juan Chamula y su iglesia vestida de santos y velas, desnuda de sacerdotes, además del inmenso verde en la selva de Palenque, además de Méjico mismo, la naturaleza humana me maravilló.
10.
Charlé con argentinos, uruguayos, españoles, chilenos, alemanes, australianos, canadienses, franceses, ingleses, coreanos, por supuesto, mejicanos. 
11.
Tuve dificultades para entenderme con los guías, a veces tenía la impresión que hablarles en inglés, francés o español era exactamente lo mismo. Las dificultades del lenguaje barroco. Ahorita, ahorita, la mayoría de la veces significaba nunca o el olvido. Tratar de verificar algún tipo de verdad histórica del pueblo maya o del pueblo azteca no llevaba más que descréditos continuos de la información, a confusiones, a malentendidos, a disgregaciones. Total que daba lo mismo enunciar que los mayas creían en la muerte y la resurrección del sol que decir que creían en los ovnis, todo dependía de con quién hablaras.
12.
Mientras duró el viaje pensé en varias cuestiones sin llegar a ningún punto en claro. Como siempre que pienso en abstracto sobre cuestiones generales del qué quiero y qué me gustaría y qué macana me mande y qué macana se mandaron los otros y qué del trabajo y qué de la vida. Esa cosa que cuanto más la pensamos más extraña y lejana se vuelve.
13.
Por muchos momentos me olvide de mí, de quién era o qué hacía o qué quería. Estaba. Camuflada en el medio del paisaje en el que estaba. Como las iguanas de la Isla Holbox, al sol con mi sangre fría. Percatarme de este olvido fue algo grato. Ni siquiera yo estoy siempre conmigo.
14.
Admiré el maguey: su pulpa y su carne desinhibida. Aunque, por supuesto, tuve mucho cuidado de no probar el pulque ni el mezcal por más ofrecimientos gentiles que tuve. Si tome un vasito de tequila fue sólo por cierto sentimiento de despecho al que enseguida se le sumo una cuota de miedo hipotalámico y otro interés de culpa estomacal. Desde los 22 y luego de una borrachera infernal, había jurado no volver a probar el tequila.
15.
Me enamoré de Polanco, de sus callecitas o, más precisamente, del nombre de sus callecitas. Llegar a Méjico y decir, estoy parando en Petrarca y Horacio es un lujo que le debo a una de mis mejores amigas. Nos encontramos en Homero y Arquímedes o pedir referencia de un lugar y que te respondan "- Cruzando Aristóteles a la izquierda", era como estar metida en un cuento surrealista plagado de nombres conocidos. Newton, Poe, Galileo, Moliére, Platón, Calderón de la Barca, Hegel, Schiller, Cicerón, Virgilio, Lope de Vega y por ahí seguía la lista.
16.
A la gente en Méjico le gusta el bochinche, el ruido, los sonidos, los gritos y las mezclas exóticas y algo bizarras que no dejaron de anonadarme en mis treinta y pico días de visitante. Ni bien pisé el zócalo del distrito, instalada en el medio del zócalo, una inmensa pista de patinaje invitaba a los autóctonos a conocer el hielo que nunca verían. Entre la catedral hundida, la arquitectura colonial, los restos del templo mayor de origen mexica, los adornos navideños llenos de colores colgando de los balcones, un mejicano disfrazado de indígena bailando algo así como un danza tradicional que no lo era, la imitación de Michael Jackson en la otra esquina, los olores, los olores penetrantes de cocina picante, y la pista de patinaje más el plus de un improvisado rincón para armar muñecos de hielo, no podían pasar desapercibidos para ningún turista que pisara el centro histórico. La mezcla. El hibrido.
17.
En cada zócalo de cada pueblo había música en alguna hora del día. Marimbas, mariachis, orquestas del lugar o bandas de extranjeros, baladas, acordeones. Y en donde, por mera casualidad circunstancial, uno no encontraba música encontraba ruidos, petardos a toda velocidad que te hacían dar un respingo y dar vuelta la cabeza.
En el desierto o en la montaña había silencio.
18.
La fotografía más colorida de todo Méjico estaba en los mercados, repletos de gente y de mercancía, de olores a carne, a pescado, a frutas y verduras, a cuero marrón y a cuero negro, a dulces y cocadas. A frituras, a sandalias, a mimbre.
19.
Por más que aclarara y aclarara que no quería frijoles en las comidas los mejicanos insistían tanto en frijol como en el picante. Aprendí también que el picante no es un sabor sino una sensación que excita o anula el gusto, según el paladar de cada quien.
20.
Nunca aprendí a distinguir muy bien cuál era la diferencia entre los tacos, las tlayudas, las enchiladas, las quesadillas salvo la forma y nunca entendí tampoco porqué decían que la gastronomía de Méjico era supervariada, diversa, heterogénea. Volví convencida de que sin tortillas de maíz no habría gastronomía méxica, sin que esto le quite crédito a los ricos platos de los que me fui haciendo en el trayecto.
21.
Caminé, caminé mucho. Conocí, comí, saboree, bailé, recorrí, nade, snorkee, corrí, dormí. Extrañe poco.
22.
Volví a mi ciudad, la que es "mía" por ahora. Me conecté con las novedades del ambiente. Celebré la salida de la revista de Orsai con el cuento de Villoro trayéndome a Méjico de vuelta, pero ahora entre las manos, impreso en otras hojas distintas a las de Castaneda o las de Paz. Desarmé la mochila, y mientras sacaba todas las pertenencias dispersas, sucias, los regalos, los libros, pensé en esa frase de Don Juan, en esos caminos y en los inconvenientes y convenientes de perseguir esos caminos.
23.
Bajé al mercadito desesperada por conseguir un aguacate, el vicio recientemente adquirido. Mientras masticaba una galletita con guacamole, masticaba mi viaje, masticaba letras y palabras y fotografías capturadas, masticaba también mi oxígeno limpio. Dejé de lado las postales de la Catrina de José Posada y me puse hacer esta radiografía, así salió, y este bien podría ser el principio y no el final, tal como parece.