sábado, 24 de enero de 2015

Filtraciones

Nunca me mudaría a una casa con techos con humedades. Por más que los dueños se ofrecieran a arreglarlos y dejarla como nueva, no me mudaría. Es de mal augurio. ¿Usted cree que es un caño? No querido, con todo respeto déjeme que le diga que usted no sabe nada ni de casas ni de caños. Despabílese: si tiene goteras crónicas que van y que vienen según capricho, entonces tiene una de ánimos inestables en el piso de arriba; si tiene goteras grandes y repentinas, seguro algún desastre, lágrimas de desconsuelo. Pero peor aún, si aparecen abruptamente y desaparecen en un mismo día, en todas las semanas y durante más de un mes. Agradezca si no vienen acompañadas por vibraciones en los espejos y vidrios, y gritos poco modulados que parecen de tortura, interrumpidos por ahogados silencios. Resígnese a tener un año de perros y todo gracias al recién nacido.
Anselmo Riega, el de la inmobiliaria, me lo reconoció el año pasado. Lo más curioso fue que me invitó a tomar un té a su departamento y en el medio de la visita, la vecina de abajo casi tira la puerta a timbrazos. Ni bien le abrió, la mujer le increpó que el plomero lo había estado esperando toda la tarde para ver la pérdida de la cocina. Que antes cuando Emilia estaba a cargo de la casa, esto no pasaba. Y no más la vecina pronunció el nombre de la difunta esposa, a don Anselmo se le llenaron los ojos de agua. “Una basurita”, dijo, “si me disculpan” y fue a enjuagarse la mirada. A partir de ese día, me visita todas las tardes. A veces vamos juntos al cementerio y damos un recorrido. Cada cual saluda a los suyos. Parece que su vecina ha dejado de quejarse. Parece que el plomero pudo por fin identificar el caño que filtraba y arreglarlo. Yo igual soy una convencida de que las paredes hablan, de que las paredes se quiebran como sus propietarios. No lo digo por Anselmo. Ojalá se le haya pasado la pena. Pero las paredes delatan. Muros de los lamentos, querido, tenemos todos. Algunos más discretos, algunos más elocuentes.