miércoles, 22 de diciembre de 2010

Memorias del elefante azul en el disco de petri

1.

Un elefante azul se balancea sobre la telaraña. La luna está blanca y está arriba. Cuando me baño, desde la ventana, veo la luna y también, su reflejo en los ojos del elefante. A veces, siento frío.

2.

El elefante mira la luna, complacido en su intimidad, como si la conociera, como si le hablara de vez en cuando. Señala con su trompa los asteroides caídos y guarda en la memoria el espacio a evitar. Nadie quiere accidentes y el elefante ama a sus crías aunque no las tenga.
3.

La araña se enreda, se pegotea. Está hecha para eso, su tejido de seda morado. Quiere un elefante y también quiere una presa. Quiere hipnotizar su presa pero no quiere perder la trama.

4.

La hipnosis es sueño acromático donde me encargo de pulir mis bordes. Esculpo figuras mitológicas para no sentirme sola. Una colección de centauros, unicornios, grifos e hipocampos hamacándose en las esquinas de mi silencio.

5.

Ahí, justo donde empiezan las puntillas del silencio, las estatuas se congelan. Ahí, no hay monedas que alienten el movimiento. Ahí, sólo hay poses (aunque dependiendo del ánimo y del ojo, puedan verse muy tiernas).

6.

No tallo ningún caballito de Troya. No soy buena para ganar guerras. Y últimamente, ni siquiera soy buena para hacerlas. No hay combate en mi pampa gris oscura, hay temblor debajo de la tierra. Hay temor en la tierra.

7.

Te haré ver el miedo en un puñado de polvo. T. S. Eliot. "-Lo veo, mi capitán, lo veo", le digo.

8.

Algunas tardes, hay tormentas de polvo y sequía. Grietas y gritos donde se cuelan frases rotas de poesía como santarritas silvestres. Voces que resuenan en los pliegues y telas, como ecos extraviados por algún viajero abstraído.

9.

Me tiro un rato en la telaraña, a la sombra de la siesta. A mis costados, el río y sus nombres me vaivenean: dice Paraná, dice Uruguay, dice de la Plata. Puedo cerrar los ojos en el agua dulce, el agua amarronada, el aguaverde, el aguaviva. No hay sal, ni mar muerto en esta isla, hay algo así como un rumor que me viene en la corriente.

10.

Me gusta irme cuando escribo como si acaso no estuviera. No atenerme a ninguna base fija. A ninguna lógica en principio, por principios. Aunque después vuelva para encontrarle la forma a lo que digo. Tallarlo como animal fantástico, como si de amansar a una bestia se tratara.

11.

En el pueblo había domas, de potros negros, de animales sin bozal y sin espuelas. Nunca me gustaron las domas aunque a veces me gustara andar a caballo.

12.

Al llegar la madrugada, el elefante azul toca una musiquita destilada con sus colmillos de marfil blanco, para velar el sueño de las estatuas y su reposo. Tilin tilín tilín para que no despierten.

13.

No hay orfeos ni liras por estos lugares. Sólo existen sus reminiscencias: sonidos huérfanos que se ahogan en la tibieza del río, como corderos degollados naufragando en una red de camalotes.

14.

Mis sueños no son paz. Desconozco la paz, como ciudad próxima a este territorio. En cambio, algo más cerca, puedo hablar de la serena tranquilidad y de la península calma, estados que tanto deseo como temo. Y es bastante sencilla la paradoja ha decir verdad.

15.

Como Rilke, temo que al expulsar mis demonios me abandonen también mis ángeles. Apuro una sonrisa para aplacar los disturbios en mi barrio cosmopolita y sostengo en mis manos, un matrimonio exquisito entre el cielo y el infierno.



M. C. Escher - Cielo e Infierno.

16.
Le temo a la paz porque la desconozco, porque la confundo [con otros estados, con otras emociones, como el tedio o el aburrimiento]. Le temo también por los tintes de mi temperamento. Cierta errata algo notoria. Un fuego calmo. Un fuego que no arda en la orilla.

17.

Las llagas me abren al puerto, que a veces es el mundo. Veo y huelo a través de mis llagas. Percibo a través de mis llagas.

18.

Cuando me canso, aíslo. Cultivo mis células en un disco de petri pulcro, limpio, transparente. Mis virus separados de todo color, conservan cada cual su forma. La selección es ciega y es natural. Vive lo que queda. En la memoria de mi elefante.

19.

El elefante azul es el soberano de mis tierras oníricas. Desde su selva circular, vigila el gramófono y los discos para que ninguno se ralle.

20.

A la noche antes de apagar la luz, le beso el cráneo frío como perla cultivada. Le hablo y le pido que me proteja, azul, en mis sueños.