lunes, 19 de agosto de 2013

Los puff

Hay meses donde vivo amarrándome a los objetos. Me prendo de la tasa de café, de la silla, del colectivo, de la bici, del abrigo, de los anteojos como si en ese acto se me fuera la vida. Como si hubiese huracanes invisibles alrededor, fantasmas de un mundo subrepticio arrastrándose entre los rincones, detrás de las puertas, en los pasillos, debajo de la cama, listos para tragarse la tácita fidelidad de los objetos cotidianos.
La gente alrededor mío no entiende o no alcanza a entender mis manías. En los tiempos difíciles, monto guardias de día y de noche para supervisar que todo esté en su lugar, que nada esté fuera de mis radares. Claro, en esas épocas termino exhausta.
El médico dijo que intente describirle cómo son esas fuerzas. El muy idiota cree que estoy loca. No sé da cuenta que todo lo que viene también se va pero yo me quedo. Así que con la ayuda de algunos trucos que he ido descubriendo, me las apaño para seguir adelante.
Cuando el pico de mi obsesión pasa y el pánico desciende algunos puntos, dejo de dar cuerda al reloj y puedo acostarme en mi gran cama con un gran libro segura de estar conjurando un hechizo infalible contra todos los vandalismos pretéritos y futuros. Hay un perímetro exactamente delimitado que los puff –como últimamente se me ha dado en llamar a estas fuerzas– conocen y no se atreverían a invadir. Ahí, en esos momentos, es cuando aparece lo blanco y puedo estar segura de que el tiempo es hoy

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