domingo, 18 de mayo de 2014

Hemiacromatopsia

Con los años me he acostumbrado a ver el mundo tal y como es. Con sus luces y sus sombras. Su costado frío y su costado cálido. El mundo tal y como es. O los dos mundos que siempre son. A veces tengo la leve impresión de que en todo lo que veo hay dos fuerzas que se oponen, un contraste, y ese contraste es lo que hace que las cosas se muevan. Pero esto es ahora. Ahora mismo, de hecho, me resultaría extraño, casi enloquecedor verlo todo a todo color.
La gente que yo sepa se acostumbra a los cambios. Como se acostumbra a la televisión, al auto, al microondas. Yo también quizá me acostumbraría. Pero tal vez, tal vez ya no. Es verdad que a veces puede ser un poco tarde.
Tengo vagos recuerdos, muy vagos ciertamente, de cómo era mi vida antes. Antes del accidente. De cómo era el mundo a todo trapo, a todo color. La mayoría de ustedes no tiene porqué saberlo: el color es una gran mentira. Yo lo supe recién a mis 53 años, así que no se espanten. Hasta entonces pensaba que la piel era blanca, morena, trigueña, que los labios eran rosa pálido o un poco más oscuros, que el lapacho del fondo de casa era amarillo, que mi barba era castaña y luego, con los años, entrecana. Pero a los 53 noté que eso no era más que una ilusión, una expresión de deseo. Sí, una manzana podía ser roja pero yo solamente veía una mitad roja y la otra mitad bañada de un degrade de grises más o menos opacos, más o menos luminosos. En realidad esa torcaza amarronada, ese campo de sorgo más o menos rojo, o ese mismo cielo azul, no existen así tan vistosamente. Algunas personas lo intuyen. Lo decían ya esos versos que recita Varela en el tango: “por qué ese cielo azul que todos vemos, no es cielo, ni es azul”, aunque no son de Varela los versos sino de un español llamado Lupercio. Así que sí, ya ve usted Sr. Lupercio que tiene razón.

El color de esta hermosa manzana depende de si es de día o de noche, de si la luz está prendida, de si quien la ve es un perro, un gato o una ballena. O Lupercio mismo, o mi primo daltónico o mi vecino con lentes de contacto, o yo con mi hemiacromatopsia. Prueben decirlo. Despacio. No es difícil. La mía vino con un accidente. Un día salía del trabajo, muy normal, con mis lentes de sol bien puestos, porque entonces la luz del mediodía me parecía un exceso, un despropósito. Iba cruzando la calle, una bocina, una larga bocina y algo fuerte, muy fuerte que me golpeó. Cuando más o menos recuperé la conciencia, noté que había algo raro en el ambiente. Algo muy raro que hasta entonces daba por hecho. Y  es que veía una mitad a color y la otra mitad en blanco y negro. Así, sin más. Y no llevaba mitad de gafas puestas. Solo que los cables de mi cerebro habían quedado enredados. En cortocircuito.
Con el tiempo y rehabilitación de por medio, pude hablar bien y caminar bien y pensar, bueno, pensar más o menos bien. Pero ver… ver no. Quede así, con dos mundos divididos, dos visiones paralelas. Imagínenselo por un momento. Pongan un lente opaco sobre un ojo, dejen el otro descubierto y traten de verlo ¿Verdad que es curioso? Y verdad, pensaba yo, que todo esto tenía que tener un significado trascendental. Como si una certeza de carácter metafísico se escondiera debajo del hecho de ver las cosas en dos mitades diferentes. Aunque no podía traducirlo en palabras, sentía que estaba descubriendo algo totalmente nuevo. Algo significativo, ¿me explico? Aún así, cada vez que intentaba contarle a mi familia o a mis íntimos lo que sentía, se me quedaban mirando. Como si desvariara. Nunca logré hacerles entender al resto lo que me pasaba.
Solo una persona creo que logró captarme. Logró captar lo que yo sentía sin tener siquiera que decirle nada. O eso sentí yo en todo caso. Pero vi en sus ojos, en el coloreado y en el grisáceo, cierto brillo, como cierta complicidad. Sentí que los ojos coincidían en algún punto aunque en distintas tintas, ya me entienden. No fue hace mucho. Hará un par de meses, solo que desde entonces nunca más lo volví a ver. Era el fumigador del edificio. Una tarde estaba tocando el timbre del "C" y abrí la puerta para avisarle que el vecino estaba afuera, que se ahorrara el tiempo. Pasó directo a casa. De pura costumbre, le pregunté qué tal lo había tratado el día. Había estado lloviendo muy fuerte desde temprano, lo que siempre complicaba el tránsito en la ciudad y el moverse de aquí para allá. Mientras echaba el desinfectante atrás del horno, me miró fijo y luego, levantando el aplicador,  poniéndoselo contra el hombro -lo que lo hacía parecer un guerrero doméstico-, me dijo:
- Un día gris, como el plomo. Pero a veces hace falta, ¿vio?
- Sí, dije yo medio desatento, ya por darme la vuelta.  
- Los grises quiero decir, a veces hacen falta.
Me llamó la atención el énfasis puesto a las últimas palabras. Pensé que tal vez alguno de los vecinos, o el portero al que siempre le gustaba oficiar de vieja chusma de barrio, le hubiese contado algo de mi particularidad, y el fumigador me estuviese gastando una broma, así que no contesté. Solo lo miré como esperando que siga.
-  Las cucarachas saben de eso, por eso la mayor parte de sus vidas se la pasan escondidas. Apenas ven algo, pero se están bien. Por eso, hace falta esto -dijo levantando su arma-, en cualquier otro caso nunca las encontraríamos.
-  Claro, le respondí, como si nada.
Del aire luz del edificio irrumpía el bramido de un lavarropas centrifugando a toda velocidad, mientras las agujas del reloj de la cocina seguían moviéndose imperturbables. Lo miré, mitad gris mitad coloreado, tratando de entender a dónde quería llegar con todo eso.
-  Las ratas también. Pero las ratas ven más. Lo mismo que los murciélagos, ven todo en blanco y negro. A veces creo que sería bueno ser un poco rata, un poco murciélago. Saber moverse mejor en la oscuridad. Porque la oscuridad forma parte de la vida, aunque no la veamos.
Yo seguía observándolo, de un costado al otro y el tipo, de verdad, estaba de lo más serio. Ni una pizca de chiste en todo lo que decía. Y ya estaba poniéndome inquieto a pesar de que justo en ese punto, sentí, cierto alivio en sus palabras. Creo que se dio cuenta de mi pequeña turbación, y enseguida me dijo:
-  Pero va creer que estoy loco, y lo estoy entreteniendo demasiado. ¿Paso al baño?
-  Sí, sí claro.
Y le indiqué el camino a los dos baños y después se fue.
Esa tarde gris, por primera vez en mucho tiempo volví a sentirme algo luminoso. Algo entero. Tal vez porque la tarde estaba enteramente gris. Tal vez porque por un breve momento sentí cierta complicidad aunque no fuera más que una ilusión. Tal vez solo fuese otra mentira. Como el color. Pero yo vi luz. Quién sabe. 

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